Cuerpo, Alma y espíritu según Rudolf Steiner
El ser humano, desde un punto de vista antroposófico y teosófico se encuentra constituido por tres miembros que son Cuerpo, Alma y espíritu.
En el cuerpo, a su vez, se encuentran representados los distintos reinos de la naturaleza, tanto el mineral (Cuerpo físico), como el vegetal (Cuerpo etérico) y el animal (Cuerpo astral).
Para responder a esta tricotomía de Cuerpo alma y espíritu, Rudolf Steiner en su Teosofía (GA 9) escribe
Supongamos que estoy atravesando un prado lleno de flores. Estas darán a conocer sus colores que yo captaré a través de mis sentidos, en concreto mis ojos. Ese es el hecho que yo acojo como algo dado.
Me alegro de lo esplendoroso de aquellos colores y con ello convierto el hecho en asunto propio. Con mis sentimientos vinculo las flores a mi propia existencia.
Un año después otras veces flores crecerán en el prado. El placer experimentado el año anterior reaparecerá en forma de recuerdo. Esa alegría está en mi , mientras que el objeto que la causó han desaparecido. Pero las flores que vemos ahora, son de la misma especie de las del año pasado, y han crecido obedeciendo a las mismas leyes. Si he llegado a comprender las leyes de esa especie vegetal las vuelvo a encontrar en las flores este año, tal y como las reconocí en las del año anterior. Quizás razone “Desaparecieron las flores del año pasado, la alegría que nos causaron ha permanecido sólo en nuestra memoria; está vinculada únicamente con nuestra propia existencia. En cambio, los conocimientos que hemos adquirido de aquellas flores el año pasado, y que volvemos a encontrar ahora, permanecerán mientras semejantes flores se produzcan. Esto es algo que se nos ha revelado, pero que no depende de nuestra existencia, como si es el caso de la alegría”. Nuestras sensaciones de placer están en nosotros, pero las leyes y la característica de aquellas flores están fuera de nosotros, en el mundo.
El ser humano es mucho más que su cuerpo y su mundo anímico de sensaciones y sentimientos. La realidad que nos llega a través del cuerpo físico, nos estimula. El mundo exterior se relaciona con nosotros y se convierte en nuestro mundo interior, en nuestra alma o mundo anímico.
Ese mundo interior anímico es el escenario en el que transcurre toda nuestra vida personal. El alma no es nuestra esencia espiritual, pero sí es el centro desde donde podemos ser conscientes de todo la realidad que nos rodea, el lugar en el que se desarrolla nuestra vida de sensaciones y sentimientos, e incluso desde donde parten los impulsos volitivos que nos llevan a actuar en el mundo.
Cuando el espíritu trabaja para comprender, ya no hablamos de un mundo interior, sino de un mundo superior, que tiene sus propias leyes, las de los mundos espirituales. Para comprender la realidad, no podemos dejarnos llevar por la subjetividad, sino que debemos comprender objetivamente. Y ello, pues el ser humano es capaz de entender las leyes que rigen las cosas, lo cual significa poder penetrar hasta la esencia el espíritu de los seres y objetos. Penetramos en la esencia o espíritu de las cosas a través del pensar. Y, para poder pensar mejor, para que el espíritu pueda manifestarse en el alma, para ir conquistando el sentido de la realidad y de la verdad, es necesario conseguir tranquilidad, ausencia de angustia, o ese nerviosismo que en muchos casos condiciona nuestras vidas.
Nos convertimos en personas, cuando podemos pasar al estado activo de no sometimiento. La vida entonces será lo que cada uno de nosotros haga en el mundo, que es traspasar la propia interioridad o personalidad, dejando el sello de lo anímico interior en el mundo exterior, a través de la voluntad.
Sin embargo, si el centro de la consciencia fuera nuestro espíritu, en lugar de nuestra alma, no tendríamos en cuenta para nada el mundo de la materia, y sabemos por Rudolf Steiner, que únicamente podemos evolucionar/involucionar espiritualmente por medio de nuestras experiencias vividas en el paso por el mundo físico-material, característica única del proceso de encarnaciones del ser humano.
El alma constituye, por tanto, el terreno intermedio, el lugar entre lo físico-material y lo espiritual, y la unión de ambas partes. La vida de sentimiento, pensamiento, reflexión y recuerdo la hacemos siempre en el alma, terreno de trabajo interior en el que ocurre todo. El alma es el escenario interior en el que se desarrolla toda la vida, el centro de nuestra consciencia, pero no es nuestra esencia.
No somos nuestra alma que va a desaparecer al igual que lo hará nuestro cuerpo físico.
Nuestra esencia está en el espíritu, que es inmortal.
Rudolf Steiner nos viene a decir que el yo vive en el cuerpo y en el alma. Todo lo que en el yo se acoge de lo físico-material, desaparecerá después de la muerte, pero lo que tenga ese yo que ver con las leyes del Espíritu, adquiere carácter de eternidad.
Y por último, y retomando la unidad que somos, nos gustaría concluir con una frase del teólogo y filósofo Theilard de Chardin: «No somos seres humanos con una experiencia espiritual. Somos seres espirituales con una experiencia humana.»
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